Lima, la ciudad que un día fue llamada: "La ciudad de los Reyes".

Como os comenté en la entrada anterior y lo prometido es deuda, empezaré hablando de la capital de Perú, no solo por la importancia que esta ciudad ha tenido a lo largo de la historia si no porque nuestra inmersión y aventura al Imperio inca comenzó aquí, en esta población al borde del Pacífico.

Lima, la ciudad que un día fundó Francisco Pizarro es hoy en día una metrópolis extensa donde habitan casi 10 millones de habitantes, según datos del presente año.

Esta urbe que apenas ve la luz de sol durante todo el año, es una ciudad gris. Se percibe nada más bajar del avión, no solo notas está tristeza en su cielo panza burro*, se nota en los edificios deteriorados, en la suciedad de sus calles, en la faz de sus habitantes vendiendo cualquier cosa entre los coches para sacar algún que otro sol y poder sobrevivir. 

Una parte de esta maltrecha economía es debido a los dos años de pandemia, que ha pasado factura a un país que vive del 80% del turismo,  pero la otra parte debido a una continua crisis política y a la corrupción de sus mandatarios. 

Un país que no ha conseguido superar su devastada economía, una de las más castigada en toda Latinoamérica. 

Donde sus habitantes viajan hacinados en transportes públicos,  donde la gente vive en favelas en barrios periféricos, los llamados pueblos jóvenes y que ningún turista tiene aconsejado visitar por la criminalidad existente en las calles de estos distritos marginales.

Pero no todo es nocivo en esta metrópolis al borde del Pacífico. La amabilidad de sus gentes, sus edificios coloniales que permanecen impertérritos a lo largo de los años, el colorido de las ropas que destaca sobre el gris sombrío de su cielo.

Lima va ganando, año a año, terreno al Pacífico, el océano de mayor extensión del mundo. Esta urbe hospitalaria, acoge a los turistas mostrando su cara más alegre, la de los limeños que quieren salir de una crisis eterna y lo dejan reflejado en sus parques, en sus distritos más visitados, Miraflores, S. Isidro, Callao, Barranco..., pero también en los restaurantes al borde del mar, en la exquisitez de su sabrosa cocina peruana. 

Lima se merece la oportunidad de vivir y de vivir bien, no solo sobrevivir, por su legado histórico, por la paciencia demostrada tras años de guerras, alzamientos, rebeliones, revueltas, conflictos, revoluciones, insurgencias, y un largo etc.., que añadido a la etapa terrorista más hostil desatada por el conflicto armado de Sendero Luminoso, ha dejado el país en esta crisis profunda, de la que intenta salir. Pero no voy a detallar la innumerable lista de contiendas, ensombrecería la belleza de un país con tanta diversidad cultural y eso es lo que nos llevamos de aquí, cultura y experiencias vividas.

En una ciudad que no llueve nunca; si, si habéis leído bien, solo 5 mm de agua al año, o sea nada, esto es debido a la inversión térmica* y al anticiclón del Pacífico*, sin embargo se percibe la humedad en el ambiente, como si fuese una especie de llovizna fina, llamada Garúa*, que da la sensación de lluvia fina que no moja, pero que hace que sus parques y jardines florezcan en contraste con la tristeza de sus grises construcciones y viviendas.

Conocer Lima es importante para situarnos y conocer la ciudad. Pasear entre sus calles, barrios, plazas o distritos como el del bosque del Olivar, donde se encuentran olivos de más de cuatrocientos años de historia entre sus raíces. 


Algunos de ellos solo permanecen sus troncos secos, que perduran agarrados a la tierra que les vio crecer.

Como no tenemos mucho tiempo, recorremos en bus el distrito donde se ubica uno de los complejos arqueológicos más importantes de Lima, hoy en día unos cuantos arqueólogos siguen trabajando en busca de restos que se expondrán en el museo del mismo lugar. 

 

Desde las ventanillas del autobús nos hacemos una idea de la grandeza de este lugar. 


Después de varios intentos, debido a las manifestaciones que con pancartas y a ritmo de orquestas y bailes deambulan por las calles periféricas a la plaza más importante de la ciudad, conseguimos llegar, no sin antes pasar por alguna que otra barricada policial.




Y llegamos al epicentro de la ciudad, la plaza Mayor o plaza de Armas de Lima, una inmensa superficie donde se ubican los edificios más históricos de la capital: Palacio de Gobierno, la Catedral, la iglesia del Sagrario, el Palacio Arzobispal, Palacio Municipal.

En todo este espacio se percibe la huella hispánica, que Pizarro trazó en 1535, formando una cuadrícula junto a Nicolás de Ribera, el capitán Diego de Agüero y Francisco Quintero. El historiador Bernabé Cobo señaló en su día: "...es la más capaz y bien formada que yo he visto, ni en  España. Ocupa todo el sitio de una cuadra, con el ancho de las cuatro calles que por todos los cuatro lados la cercan, y así tiene de ver pues por los cuatro lados mide más de dos mil pies; es muy llana..."


Y eso es lo que precisamente nos asombra al llegar a este emplazamiento, una enorme plaza que solo a modo de panorámica alcanza la vista.

El exterior de la catedral nos sorprende por su estilo renacentista con adornos platerescos, las altas torres neoclásicas, la fachada principal con estatuas de los apóstoles y el Sagrado corazón de Jesús en una hornacina central.


El asombro continua cuando entramos en su interior, un magnífico techo con bóvedas góticas de crucería que simulan un cielo estrellado, los altares impregnados en pan de oro. En este viaje me he planteado varias veces, ¿cómo es posible tanta riqueza dentro de un templo, mientras el pueblo pasa hambre y penurias? Esto solo es entendible por la profunda devoción católica que profesan los peruanos.


Todo en la plaza es ostentoso, incluida la pileta ubicada en el centro de  la plaza.


Después de ver esta colosal plaza, nos dirigimos a una de las casas coloniales del centro, una de las mejores conservadas, que además de vivienda sirve de museo para mostrar lo que fue esta ciudad cuando Francisco Pizarro la fundó.


La visita al centro histórico termina y nos dirigimos a la última visita de este primer e intenso día, el museo Larco.


Más que un museo parece un gran almacén repleto de tesoros, sorprende por la numerosa colección que este peruano amante de la arqueología peruana fue almacenando a lo largo de su vida sobre la vida de la compleja civilización de los Mochicas*, que habitó el norte de Perú entre los siglos I y VIII. 


La intensidad del día y el cansancio del viaje, hace que nos retiremos pronto a dormir, pero no sin antes probar una de las delicias de la comida peruana, el famoso ceviche, que no a todos los integrantes del grupo les gusta, por suerte hay muchas más cosas en la carta del hotel en el que nos alojamos.


Mañana será otro día completo en el país andino, pero eso os lo contaré en la próxima entrada. 
Texto ✍🏼, fotografías 📷 y vídeos 📽: María Carrión 💫



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*Panza burro: Es un fenómeno meteorológico caracterizado por la acumulación de nubes de baja altura que actúan de pantalla solar impidiendo la presencia del sol en los cielos de Lima, y una sensación térmica de frío a pesar de temperaturas suaves.

*Inversión térmicaEs una zona donde existe una variación de temperatura, donde la temperatura aumenta con la altura yendo en contra de lo que normalmente sucede en la atmosfera disminución de temperatura con la altura, esta franja va a convertirse en una barrera que evita que cualquier masa de aire ascienda, entre las que mencionamos las nubes no podrán alcanzar mayor altura.

*Anticiclón del Pacífico: Es un gran sistema de masa de aire, que gira en sentido antihorario, que siempre está activo y que se desplaza durante el año, ese gran sistema lo tenemos en todo el Pacifico, y esta gran masa de aire sirve como una especie de tapón que impide la formación de nubes.

*Garúa: Es una precipitación que se caracteriza por tener un tamaño de gota pequeño, dando la impresión de que las gotas flotan en vez de caer. La llovizna se origina en nubes relativamente bajas y de poco desarrollo vertical como son los estratocúmulos.  

*Los Mochicas: Es una civilización del antiguo Perú que se desarrolló entre los siglos I y VIII d. C.,  en el valle del río Moche.  Esta cultura se extendió hacia los valles de la costa norte del actual Perú. Realizaron  grandes obras de ingeniaría hidráulica como canales de riego y represas, lo que les permitió ampliar su frontera agrícola a gran escala. Para la cultura mochica la materia prima fue el  adobe. Construyeron complejos religiosos-administrativos de carácter monumental, conformados por palacios y templos o huacas (en forma de pirámide trunca), las cuales los recubrían de grandes murales en alto y bajo relieve, pintados con colores extraídos de la naturaleza, donde plasmaron sus dioses, mitos, leyendas y toda su cosmovisión cultural. Las más notables de estas construcciones son las llamadas Huacas del Sol y de la Luna, en el Valle de Moche.  Fueron los mejores metalurgistas de su época en Américaː conocieron una gran variedad de técnicas (dorado, laminado, martillado, alambrado, soldadura, etc.), lo que les permitió fabricar herramientas, armas, atuendos, emblemas, ornamentos y toda su variada y rica parafernalia ritual. Son considerados los  ceramistas del antiguo Perú, gracias a su fino y elaborado trabajo que realizaron en sus ceramios. En ellas representaron, tanto de manera escultórica como pictórica, a divinidades, hombres, animales y escenas significativas referidas a temas ceremoniales y mitos que reflejaban su concepción del mundo, destacándose la asombrosa expresividad, perfección y realismo con que los dotaban. De este arte sobresalen los huacos retratos y los huacos eróticos. Fueron navegantes: construyeron caballitos de totora,  los que hacían más pequeños para la pesca y más grandes para sus viajes hasta las costas ecuatoriales, desde donde traían conchas de  Spondylus, sagrada para los moches, y en general, para el resto de las culturas costeñas del Antiguo Perú.

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